Sabrina Cabaña es licenciada en Ciencias Políticas por la UNVM. Vive en México desde marzo de 2019 y creó una escuela popular que educa desde la inteligencia emocional y el amor.
Sabrina Cabaña es de Villa María y recorre el mundo desde que se tituló en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Villa María (UNVM). Estando en México, y con la pandemia, vio la necesidad de que los chicos y chicas puedan acceder a educación y desarrolló una escuela popular para que nadie deje de aprender.
Trabaja en colaboración con un grupo de jóvenes, y sus estudiantes son de varios países del mundo, la mayoría hijxs de viajerxs. En esta escuela el valor está puesto en la inteligencia emocional y el educar con amor. La pandemia la encontró en el país azteca con el título bajo el brazo y la posibilidad de explotar una de sus pasiones: enseñar.
Viajar con causa
Sabrina recaló en Zipolite, un pequeño pueblo del estado de Oaxaca, en el sur de México, tras titularse en Ciencias Políticas en Villa María. Esto fue en marzo de 2019. Ese lugar no fue azaroso. Ya tenía programado un voluntariado en una comunidad que trabaja con personas con discapacidades. Tras una larga y fructífera experiencia quiso abocarse en lo que más le gusta: enseñar. “A finales del 2019 surgió la idea de dar clases particulares, extrañaba mucho el contacto con niñxs y hacer actividades referidas a la enseñanza. En Argentina había trabajado clases de apoyo en diferentes barrios, y había estudiado diferentes cursos de pedagogía y pensaba seguir mis estudios referidos a eso y era algo que tenía muchas ganas de continuar. Fue así como empecé a conocer a diferentes familias principalmente en Mazunte, el pueblo vecino también costeño y muy turístico”, contó.
Según narró, por donde vive, “hay muchos niñxs de otros países, que por motivos de que sus padres y madres son viajerxs están fuera del sistema escolar convencional”.
“Entre tanto conocí a la mamá de una de mis estudiantes de 10 años a quien le daba clases de apoyo. Ella es de California, EE UU. Con ella pensamos mucho sobre las necesidades del pueblo y la idea de construir nuevos espacios educativos que salgan de los parámetros de la escuela convencional. La escuela uniformada, en cuatro paredes, con estructuras rígidas, de transmisión de aprendizajes con una maestra que sabe todo y unos niños que solo deben obedecer no coincidía con las características de este pueblo, donde las personas llegaban a expresar su libertad escapando de las grandes ciudades, de los relojes y de la rutina. Las ganas de que lxs niñxs encuentren un espacio integral, que no solo sea aprendizaje académico y que mezcle todo lo que hay para aprender acá de tantas personas que llegan con muchos conocimientos era nuestra motivación”.
Y llegó la pandemia que transformó la idea en realidad. Y es que, con el coronavirus en todo el mundo, México también cerró todas sus instituciones y en este pueblo los chicos se quedaron sin la posibilidad de aprender. Y se sumó también la realidad de que nadie podía viajar. Así que Sabrina suspendió su idea de ir a Canadá en junio y apostó por la escuela popular. “Hablando con diferentes padres surge la propuesta de un espacio físico donde podíamos concretar el proyecto de la escuela. Fue literalmente organizar ideas que estaban completamente en el aire, y aterrizarlas en una semana. Real, así de impulsivo y loco surgió esto. La pandemia dio las condiciones para que sucediera”.
Cómo funciona la escuela
“Así pensamos este espacio, enfocado a niños y niñas que quieran un espacio educativo alternativo. La escuela consta de dos instancias. En las primeras horas se genera un aprendizaje académico enfocado a las necesidades de cada niñx, en particular adaptándonos a la edad y a los conocimientos que cada familia quiera que su hijx tenga. Esas horas se trabaja de forma individual. Cada niñx recibe atención enfocada y singular. Prestamos especial atención a las particularidades y los intereses de cada niñx, a las ganas, a los ánimos de cada día. En estas horas se trabajan materias convencionales como matemáticas o ciencias, lecto escritura, etc. Pero siempre desde un enfoque creativo, abierto, con actividades diversas y divertidas, que potencien la creatividad”, explicó la politóloga.
La segunda etapa sigue después de una comida y un recreo.
Hay talleres que tienen el objetivo de potenciar las inteligencias múltiples por lo cual los talleres son rotativos y diversos. Hay cine, teatro, baile, música, natación, juegos en la playa, taller de huerta, dibujo, taller de máscaras, origami, taller de lectura, educación sexual integral. Incluso crearon su propia película siendo ellxs los protagonistas, directores, guionistas. “Esos talleres nos demuestran que podemos ser buenos en diversas cosas, que el aprendizaje académico no es el todo, que somos diversos. También nos integran con personas de todo el mundo que llegan al pueblo y nos proponen hacer sus talleres. Aprendemos que está genial ser diferentes”, valoró. E hizo hincapié en que “el elemento transversal de la escuela es el desarrollo de la inteligencia emocional”.
Infancias felices
“Una de las motivaciones principales de este espacio es crear infancias felices. Parece un poco utópico, pero en realidad, ¿qué pasaría si pudiéramos construir felicidad? Quizás parece imposible, pero ¿no es acaso la felicidad la posibilidad de responder ante la adversidad de manera creativa? La inteligencia emocional es acá inclusive una materia más. Los lunes en la mañana en la primera hora trabajamos temas referidos a sus sentimientos, a sus reflexiones, a su forma de ver el mundo y crecer. Queremos que sepan separar la felicidad de los hechos difíciles que les puedan suceder, que tengan confianza en ellxs y que puedan crecer con corazones fuertes”, detalló.
Según contó, en un primer momento iba a trabajar ella sola con niños de 10 años en adelante. Pero, las familias quisieron sumarse y se amplió el espacio: “Actualmente trabajo yo con los más grandes y tengo una compañera que trabaja con los más pequeños. Tenemos profesorxs de natación, teatro, música, arte y el espacio rotativo de talleres al cual se suman muchas personas”.
La escuela abre de lunes a jueves, de 9.30 a 15.30 y asisten 16 niños -de seis a 12 años- que es el cupo máximo para poder dedicar la atención necesaria. Los pequeños son de Estados Unidos, Francia, Alemania, Austria, Italia, España, Argentina y México. Incluso desarrollaron becas para los niños locales porque “la idea es que el dinero no sea un obstáculo para formar parte de un espacio diferente”.
“A veces no somos conscientes de la capacidad de crear que tenemos. Estoy completamente confiada y segura de que el mundo puede cambiar. Que podemos transformarlo todo, que personas haciendo un poquito en lugares recónditos pueden transformarlo todo. Mi seguridad, mi deseo más grande, es que de aquí salgan niños con ganas de cambiarlo todo, soñadores y fuertes, y se puede lograr. Este espacio es mi forma de agradecer por lo vivido en este país. Aprendo cada día tanto. Es una forma de ver esperanza en un mundo tan dañado. Es una forma de crear futuro”, es el mensaje lleno de amor y alegría que transmite Sabrina, y que invita a imitar.
*Por Pablo Paredes