Miedo en tiempos de Coronavirus

*Por Santiago Peralta para La Ventolera

Miedo en Tiempos de Coronavirus

Acostumbrados a que los cambios en las estructuras sociales “sucedan” de manera paulatina, de modo casi imperceptible para quienes son sus contemporáneos, nos encontramos hoy ante un “arrebato” histórico. Un golpe de frente que nos detuvo de manera casi inmediata, nos encerró en nuestros hogares y modificó nuestra cotidianidad de manera radical.

Así como el análisis de la vida social es inabarcable, los impactos del coronavirus en la sociedad global también lo son. Por tanto, las pretensiones que aquí se buscan no van más allá de pensar el modo en el que el Covid-19 está modificando nuestra propia cotidianeidad. Se trata entonces, de encontrar rupturas y continuidades entre dos estados de situación (sin Covid-19 – con Covid-19) en relación a un elemento particular: el miedo.

              Algunas investigaciones propias de las Ciencias Sociales plantean que nuestras sociedades emplean estrategias de control del peligro ubicando sujetos y lugares “evitables”. Es decir, hay territorios y personas a las que les atribuimos determinadas características que los vuelven peligrosos. Pero entendemos que esta situación se ha modificado (al menos momentáneamente) producto de la pandemia generada por el Covid-19.

Consideramos entonces que no se trata ya de un sujeto o lugar peligroso, sino que “lo inseguro” se encuentra disperso, difuminado o lo que creemos: presente en todo lugar y en todo sujeto (Kessler, 2009). De este modo pensamos que es posible recrear la categoría de sujeto peligroso y convertirla a sujetos de peligro. ¿En dónde radicaría la diferencia y por qué es necesaria? La diferencia la encontramos en que ya no se trata de un sujeto con determinadas características que lo vuelven peligroso, sino que todos son potenciales sujetos de peligro y resulta necesario el cambio de esta categoría, porque se modifican los modos en que percibimos subjetivamente la relación nosotros-otros, incluso percibiéndonos nosotros mismos dentro de la categoría de sujetos de peligro.

La pregunta sobre este giro radicaría en pensar si todos de pronto fuéramos sujetos de peligro en caso de que la pandemia tuviese origen en algún país de América del Sur o en alguno del África. En tal situación nos preguntaríamos ¿qué características se imputarían al sujeto peligroso? y no plantearíamos una reconfiguración en el sentido de la categoría[i]. Es válido pensar que ahora estaríamos construyendo nuevamente un sujeto peligroso y no un sujeto de peligro.  Por ejemplo, si traemos aquí el origen situado en África del VIH notamos que los estigmas corporizados fueron y son aún significativos. Campillay y Monárdez recuperan a Dos Santos para mencionar que en estudios realizados en el continente mencionado evidenciaron que “más de la mitad de los participantes describieron que vivieron estigma y discriminación tras la revelación de su estado serológico respecto al VIH” (2019: 96). Sumado a que la población homosexual de los años 80 fue profundamente discriminada corporizando el estigma y acentuando las desigualdades. Es decir, encontramos un sujeto peligroso con determinados atributos asignados que es menester evitar.

Por este motivo, se vuelve importante vincular el replanteo del sujeto peligroso con el impacto que tuvo el Covid-19 en los países centrales del globo. En este sentido, consideramos, a modo de hipótesis, que percibimos sujetos de peligro y nos auto-percibimos como tales debido que la pandemia obtuvo una magnificencia (¿impensada?) en los países centrales que son los que imponen hegemónicamente diversos paradigmas de sentido con dirección global[ii].

De este modo, las percepciones subjetivas relativas al “control social” también se vinculan a lo mencionado anteriormente (no es lo mismo la percepción del control con sujetos peligrosos que con sujetos de peligro). En este marco, el accionar de las fuerzas de seguridad (Estado) tiene un impacto novedoso en muchas subjetividades debido que ahora todos somos peligrosos[iii] y somos pasibles de terminar con algún tipo de complicación legal si violamos las regulaciones propias de la cuarentena. De tal manera entendemos que, si todos nos percibimos subjetivamente y percibimos al otro como sujetos de peligro, las estrategias “ciudadanas” de control del peligro se trastocan comenzando a advertir que tenemos potestad sobre las acciones de los otros, y los otros sobre nosotros (es decir, vigilamos a nuestros vecinos y nuestros vecinos nos vigilan a nosotros).

Entendemos así que el mecanismo de disciplinamiento que “conecta” a Estado y sociedad se actualiza mediante la posibilidad que tiene cada ciudadano de denunciar a aquellos que se encuentren violando la cuarentena (incluso por momentos sin “prueba documental”). Pero, además de la denuncia, el escenario de la “vigilancia social” se extiende, ante el caso de que, si existe una sospecha respecto a una persona contagiada en nuestra cercanía, comenzamos a establecer estrategias para reconocer de “quién se trata” y poder guardar distancia e incluso confinar aún más a esa persona restringiéndole el acceso a ciertos espacios o evitando contactar con ella o, finalmente, denunciándola. Este elemento nos trae a la memoria una idea de Rodríguez Alzueta que refiere que “a medida que los lazos [con los otros] se debilitan o resquebrajan, la manera de continuar vinculados entre sí será a través de un pacto con la policía donde la vigilancia y la delación serán consideradas las maneras correctas de habitar la ciudad” (2018: 12). En este caso de “habitar la pandemia”. Es decir, hemos recreados nuestras estrategias de vigilancia como ciudadanos. Renunciamos al estigma. Accedimos a quedar dentro de un sujeto de peligro. A cambio, nos apropiamos del derecho a vigilarlo todo[iv].

 

 

[i] Es decir, no sería un infectado de Covid-19 sino un “boliviano infectado de Covid-19” (u otros cientos de posibilidades) si la hipótesis se comprobara (aunque antecedentes como el VIH-Sida pueden dar cuenta de esto). [ii] Aún con la pandemia avanzada, y con todos los continentes golpeados por la pandemia, entre los 10 países con más muertes por Covid-19 encontramos a Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Francia, España y Rusia.  Concentrando en estos cinco países el 40% del total de las muertes por Covid-19 en el mundo. Sumado que, si bien el origen está ubicado en China, el primer golpe lo recibieron los países europeos y consiguientemente Estados Unidos por lo que la construcción simbólica de la pandemia tomo un rumbo particular. [iii] No estamos intentando exceptuar las siempre presentes relaciones de clase y las actitudes de las fuerzas de seguridad respecto de éstas. Lo que intento realizar es un mapeo general de la situación sin caer en un “análisis cotidiano” de entendimiento del mundo social.  [iv] Si bien a medida que avanza las distintas “fases” de la cuarentena pasando a un “distanciamiento social” creemos que estas estrategias de vigilancia permanecen, ahora, de manera más sutil.