La Ventolera conversó con Ramiro Soler, músico que se define como autogestionado e independiente. Nació y creció en San Juan, llegó a Villa María hace cinco años atrás y hace muy poquito que decidió dejar esta ciudad y emprender vuelos hacia otras latitudes. Ramiro toca dos instrumentos: la batería acústica y la baldería, batería callejera con la cual nos comparte su música en diversos espacios y momentos. “La música nos puede cruzar en algún teatro, algún centro cultural, en alguna plaza, en la peatonal, en la calle; nos puede cruzar en cualquier espacio que lo amerite”, resaltó el músico.
Apostando al arte callejero
Seguramente te has cruzado con la música de Rami y su baldería en algún rincón villamariense y, si no lo hiciste, te llamará la atención saber por qué un artista decide apostar a hacer música en la calle, a elegir las veredas o espacios verdes para difundir el arte. “Para mí, hacer música en la calle implica muchas variantes, momentos y alternativas, es un compromiso y un desafío que vivo día a día a la hora de salir a trabajar”, explicó Rami.
En relación a la idea de tomárselo como un compromiso, Ramiro comentó que sus intenciones son brindar un mensaje claro y que pueda llegar a la gente: “Todxs tenemos música al alcance, la podemos producir con cualquier elemento, en cualquier momento y lugar”. Aseguró que, de esta forma, es cuando sucede “lo mejor” del trabajo artístico, que es el ida y vuelta que se genera con el público, “ese contacto que, sin siquiera acercarnos tanto, lo generan la música, las personas, el espacio y el lugar”, agregó.
“Desde que aposté a tocar en la calle me cambió la vida, para bien y para mal”, expresó y aportó “para mal, porque es un bajón ver la realidad de lo que está pasando en tu cara y eso afecta a veces en el humor, es diferente a lo que cuentan la mayoría de los medios de comunicación o la mediocridad de algunxs en las redes sociales”. Resaltó que, en el contexto social en que vivimos, hay muchas personas que la están pasando mal.
En cuanto a la parte positiva de esta apuesta artística, Rami destacó que logró una independencia económica y que ya no depende de tener un trabajo de 8 hs durante 6 días de la semana, “tampoco me hace falta ser empleado de nadie para poder vivir y así puedo continuar tranquilo con mi carrera y los proyectos que me he planteado en la vida”, indicó.
Expresó que, entre batería y baldería se encuentra transitando la vida con mucha más música que lo que era habitual y que el hecho de compartir la música con lxs demás lo hace muy feliz.
Continuando con la idea de hacer arte en las calles, el músico resaltó: “Debemos apostar a estos espacios, principalmente porque son nuestros y no debería existir ninguna municipalidad que no esté de acuerdo con lxs artistas y artesanxs que quieran ocuparlos, como es el caso de la municipalidad de Villa María”. En este sentido, brindó una opinión al respecto y señaló que considera que artistas y artesanxs no deberían tener que tramitar permisos para expresarse y trabajar, “si ellxs a la hora de dejar entrar a Monsanto, Barrick Gold, etc, nunca nos pidieron permiso a nosotrxs, no estaría entendiendo entonces como funciona esto”, agregó.
¿Qué es la baldería?
“La baldería es un medio que tengo para expresarme”, comenzó Rami. Destacó que este instrumento está compuesto por botellas de diferentes tamaños, una plancha para cocinar hamburguesas, una pava, un balde, un platillo, “cuanta cosa yo flashee que puede sonar más o menos bien puede empezar a formar parte de la baldería”, comenta entre risas.
Resaltó que la idea es transmitir el mensaje de que podemos hacer música con lo que sea, señaló que es consciente del precio que tienen los instrumentos musicales, que no es sólo una característica actual, sino que siempre fueron costosos. “Lxs pibxs de los barrios crecen alejadxs de la música porque lo ven como algo imposible y me gustaría que no tengan que tener esa lejanía con la música”, remarcó el entrevistado.
Como una cuestión negativa, nos contó que muchas veces para poder trabajar, se instala en el centro de las ciudades en donde se encuentra y a lxs pibxs les cuesta acceder a esos lugares; “como siempre, a lxs pibxs, la policía- perros del Estado cumpliendo órdenes de lxs políticxs- no lxs dejan entrar al centro y se complica hacer llegar el mensaje adonde más me gustaría que llegue”, expresó.
Compartir el arte en Villa María
Ramiro Soler nos cuenta que su paso por la ciudad estuvo cargado de gran inspiración, debido al “rejunte de amistades” que generó y a las personas que tuvo la posibilidad de conocer, lxs músicxs que pudo apreciar en vivo o a quienes tuvo la oportunidad de visitar, por ejemplo, con un pandero en la mano para aprender a tocar, “recibí alta predisposición para enseñarme, para pasar data sin guardarse nada, eso se ve en la ciudad en el ambiente de la música”, expresó. Aseguró que estas experiencias e intercambios eran frecuentes, “entre mates y alguna que otra yerba”.
“Es casi una anécdota, pero la verdad es que me la pasé haciendo eso estos cinco años en Villa María, golpeando puertas de amigxs para aprender algo nuevo, ya que llegué a la ciudad para tocar, nunca me interesó ir a la universidad a estudiar música”, valoró.
Destacó que durante los años que vivió en la ciudad participó en más de diez proyectos, en diversas grabaciones, giras y shows en vivo. “Me comprometí mucho a trabajar con Matías Pérez, Mentales Cebras, Pabloncho Moreno, La Cucusa Longa, Araceli Bonfigli y con muchxs amigxs más como el Tuq y Los Asesinos de Nissband, sólo para el under villamariense”, contó. Entre risas, señaló: “Se me hace imposible elegir uno, sería como elegir cuál es el disco de los Beatles que más me gusta, jaja”.
Aseguró que se va de Villa María con una mezcla de sentimientos: “Me gustaría que lxs pocxs artistas que hay en la UNVM salgan a compartir su música con la gente, ya que tiene tanta calidad y tan buena es, creo que si no hay un ida y vuelta quizás es porque no hay una intensión o mensaje y ahí es cuanto muere todo”.
En este marco, opinó que “para lxs que realmente activan la movida de Villa, la mano está más dura, porque por suerte no nos mantienen económicamente y la gente cada vez está consumiendo menos música tocada por humanxs y en vivo”. Señaló que, en este contexto, cada vez resulta más difícil vender entradas, pagar obligatoriamente los permisos o el sonido y luces, pagarle a lxs dueñxs de los espacios “y laburar un montón para que todxs ganen guita menos vos”.
Expresó su deseo de que las cosas puedan cambiar, pero opinó que puede estar cerca de morir la movida que hay en la ciudad. Indicó: “Hace 5 años era una explosión de músicxs y ahora casi que no pasa nada, nunca hubo tanto público para tanta movida y ahora hay poca movida y con poco público”. Asimismo, destacó: “Estamos para atrás, pero somos lxs únicxs que podemos cambiar esto”.
¿Cuándo y cómo se encontró Ramiro Soler con la música?
Cuando tenía cuatro años vio una batería, pero su dueño no le permitió tocarla, según nos cuenta, esa prohibición despertó en él más ganas de querer tocar. Dos años más tarde, su abuela Loli le regaló sus primeras baquetas y le empezó a armar el instrumento, en palabras del artista, “al mejor estilo baldería”. A los diez años le regalaron su primer batería, que era muy chiquita, casi de juguete, Rami comparte que, con ese instrumento tomó sus primeras clases junto a Rodolfo Beatrice, a quien considera muy importante en el camino de aprender a amar la batería.
Nos contó que hace un tiempo vivió una crisis que hizo que se abandone a sí mismo y también a la música, por completo; señala que sus amigxs y familia no entendían que le estaba sucediendo. En ese transitar, en un momento surgió una charla con un músico amigo de la ciudad en Matria, que le permitió ver cosas muy lindas que él no estaba pudiendo ver, “abrí los ojos y volví más recargado que nunca”, comentó Ramiro.