Y así, seguimos andando
curtidos de soledad
y en nosotros nuestros muertos
pa’ que nadie quede atrás
Atahualpa Yupanqui
*Por Marcos Ongini y Mariano Garrone
Se cumplieron 15 años de la tragedia (masacre) de Cromañón, de aquella noche en la que un recital de Callejeros terminó en un voraz incendio que les arrebató la vida a 194 personas, dejando 1.432 heridxs física y psicológicamente, en su mayoría adolescentes, marcando como generación a quienes en aquel 30 de diciembre de 2004 teníamos entre 15 y 30 años.
Una nueva noche fría en el barrio
Hablar de lo ocurrido en República de Cromañón, ese reconocido boliche del under porteño gerenciado por un populoso e histórico empresario de la noche como Omar Chabán, nos moviliza a abrir y revisar varias aristas de aquello que terminó con 194 muertes que muchos sentimos podría haber sido la propia, la de cualquiera de nosotrxs que por aquellos días abrazábamos la cultura rock, sus rituales y símbolos, sus lugares y circuitos, su propuesta estética y política, sus resistencias; y que de repente experimentamos la cercanía de la muerte en muchos sitios que frecuentábamos, que no fueron Cromañón pero podrían haberlo sido. Y nos volvimos un poco más grandes al caer a cuenta de ciertas exposiciones -destinos escondidos- tras esa “locura” adolescente de “andar sin frenos”. Y volvimos a confirmar, una vez más, que nuestras vidas no valen nada para quienes hacen negocios amparados en un sistema que excluye y corrompe en nombre del dinero.
A 15 años de aquel hecho que produjo un quiebre en la vida política y cultural de los entrados años 2000, resulta imperioso pensar la noción de tragedia en relación con la de masacre. Hay en Cromañón una trama trágica a lo novela griega, la construcción de un ser pasional con una bengala en un lugar cerrado que desata el fuego sobre una media sombra, origina el hecho luctuoso y muere junto a sus iguales por una causa, en su ley. Pero hay –también- algo de masacre teniendo en cuenta que las causas políticas, culturales y sociales establecieron condiciones previas para el desenlace de aquella noche: un sistema de poder negligente y su burocrático ejercicio corrupto y corruptor, un modo de entender –o no- los sujetos sociales productos de aquellos años, de incluirlxs o excluirlxs, un modelo de hacer negocios con la noche, con la juventud, con la vida, y un Estado desguazado por la política económica neoliberal de los ‘90 que nada podía garantizar tras el colapso de las instituciones en diciembre de 2001. Con los medios de comunicación hegemónicos reproduciendo frases como “ellos se lo buscaron”, “qué hacen los padres que no saben dónde van sus hijos”, desempolvando una vez más la infausta metodología del “algo habrán hecho”, cayendo todo el peso de la historia sobre las víctimas, ocultando las responsabilidades políticas del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires cuyo jefe era por entonces Aníbal Ibarra.
Juguetes perdidos
Quienes fuimos ñiñxs en la década del ’90 crecimos en la cultura del entretenimiento -entre slogans y marketing publicitario-, sofisticado aparato propulsor del consumismo televisivo como una deidad terrenal: la felicidad al alcance del bolsillo de todxs (de quienes pudieran). Crecimos en tiempos en que la política fue farandulizada y sinónimo de corrupción, y la educación ya no nos garantizaba una formación como sujetos de derecho sino que nos expelía a una sociedad brutalmente desigual como consumidores. Ciertas verdades se habían derribado y sobre las ruinas del Muro de Berlín se erigía la bandera triunfal de la ideología de EEUU, pensamiento único reproducido mediante su industria cultural que forjaba un modo de relacionarse: sentir, desear, escuchar y ver el mundo en soledad a través de las vidrieras de Disney y Hollywood.
La socióloga Maristella Svampa sostiene que “El neoliberalismo y la globalización producen una individualización social, donde el bienestar ya no es visto como un derecho sino como una oportunidad”[1], donde se expele a las nuevas generaciones a los márgenes del sistema, donde la solución a la crisis ya no es colectiva sino individual. En este sentido el rock -su música y su poética- ese pensamiento crítico que se baila fue lo que nos permitió a muchxs jóvenes encontrar un anclaje en ese río revuelto por la desidia oficial de los ’90, abrazarnos y remarla. Fue el fin de la inocencia y la primera formación ideológica política para nosotrxs. La crítica antisistema propuesta contra las represivas fuerzas de seguridad, la ostentación consumista, la alienación del pensamiento, la falta de amor, entre otras cosas, y ciertas experiencias psicodélicas nos sedujeron y nos introdujeron en su fuerza centrífuga dándonos identidad-sentido para discutir el estado de las cosas desde la cima hasta sus cimientos, encontrarnos con otrxs en la comunión de lo festivo y vislumbrar la existencia de otras verdades, otras visiones del mundo.
Un ángel para tu soledad
Para nosotrxs, quienes mejor supieron interpretar aquella realidad, sensibilizar las fibras de esos jóvenes corazones y captar en sus nervios toda la información del futuro fueron Los Redondos. Con sus melodías sangra oídos, sus letras, una estética subversiva acorde a los tiempos que corrían, la autogestión e independencia de las grandes discográficas, inspiraron a otras bandas que más tomaron de Solari y Skay la futbolización de la cultura rock –bandera, bengala y cántico de cancha- que una propuesta artística musical superadora, así nacía entre piquetes y marginalidad el rock barrial.
Sin embargo, existía una ambivalencia en vivir los recitales, por un lado las experiencias colectivas de creación de valores, zonas autónomas, dominio libertario; y por el otro la multiplicación llana e implacable de la violencia social. Así fue que llegó Cromañón, entre el goce y la incuria, entre la masividad del movimiento y la precariedad de los espacios físicos. “Decir que en las esquinas ocupadas el gobierno de los pibes era armar un mundo autónomo no es, valga decir, suponer ningún paraíso. La tragedia tiñe al sol”[2], otra vez, despiadadamente aquel 30 de diciembre.
Sin quebrarse, transmutar el dolor en poesía
En estos 15 años, han sido lxs sobrevivientes, familiares y amigxs organizadxs en distintas agrupaciones –entre ellas No nos cuenten Cromañón- quienes vienen sosteniendo la lucha por la verdad y la justicia, en memoria de lxs pibes de Cromañón contra la negligencia e impunidad del Estado, en cada aniversario, en cada marcha, frente a las zapatillas colgadas y las fotos siempre jóvenes en el Santuario de Once, para que no se repita nunca más.
El último 26 de diciembre se lanzó la canción “Sin quebrarse” escrita en 2014 por Federico Claramut, uno de los sobrevivientes. Interpretada por decenas de artistas de nuestra música “Sin Quebrarse” describe en su letra, algo que en estos 15 años nunca pudieron quitarnos: La Voz. A partir de ella se Lucha, se obtiene Libertad, se hace Música, se Educa. Por esa razón decidimos homenajear a Víctimas y sobrevivientes con esta canción y honrando lo que hicimos desde el primer día: Alzar nuestra VOZ”[3].
Somos la generación parida por el 2001, lxs borders que morimos y sobrevivimos en Cromañón, quienes transformamos el dolor en canciones, poesías y murales, quienes transmutamos el olvido para abrazarse y cuidar el estado de ánimo colectivo, sin quebrarse ni rendirse en el pedido eterno de justicia.
¡LOS PIBES Y LAS PIBAS DE CROMAÑÓN PRESENTES, AHORA Y SIEMPRE!
[1] En La sociedad excluyente. La Argentina bajo el símbolo del neoliberalismo. Taurus: Buenos Aires, 2005.
[2] Perro Sapiens. Redondos: a quién le importa: biografía política de Patricio Rey / Ignacio gago; Ezequiel Gatto; Agustín Valle. – 1ª ed. – Buenos Aires: Tinta Limón, 2013. Pág 63.
[3] Publicado en la fan page de Facebook de la organización, https://www.facebook.com/pg/nonoscuenten/posts/?ref=page_internal