*Por Amparo Ordóñez
Casi sin pensar, como lo usual de cada sesión, abrió la puerta de aquel despacho tan antiguo y empolvado. Al entrar, asintió con la cabeza, se detuvo frente al viejo sillón de colores sobrios y la más exagerada diversidad de olores, y se desplomó de frente a los almohadones, con sus brazos colgando y la boca entreabierta. John era de esas personas que sienten tal necesidad de ser cordial que sus palabras se vuelven insoportablemente melódicas. Y así amodorrado por el cansancio, John comenzó aquello siempre tan rimado y verborrágico.
Siempre salgo desconcertado y con el estómago explotado, la entrada, la comida, el postre y el té en tan solo cinco minutos o quizás tres. A veces nos demoramos seis, no más, sería una exageración, el hambre allí no se puede hacer esperar. Siempre salgo así, con el espíritu paralizado y un sabor amargo.
Creo que sólo así se puede salir de la casa de la Reina. Entrada en años, la Reina. Ahora se le puede observar como el pasado le estalla en su mirada y en su jerga. Sí, así como le digo, le estalla, lo estalla. No lo puede controlar, está muy anciana, su débil conciencia no le ayuda a ocultar lo trágico del amar, del desear y todo eso que dicen los que están de más.
Otra vez su mirada rígida y oscura que las arrugas acentúan hasta el espanto. Sus brazos llenos de colgajos sólo se empeñan en señalar lo que el azar no debe estropear, lo que debe ser y lo que no. Cada vez que lo señala yo creo, lo reencarna en las palabras, viejas palabras. Ay de quién padece esa mirada, quién se atreva a cuestionarla, te penetra hasta lo profundo del alma hasta que se enraíza y te acompaña.
Por ello las miradas de sus criados están siempre desorbitadas temblando, como si quisieran decir algo, hasta incluso gritarlo, pero fracasan y continuamente se resbalan; como si sus palabras estuvieran eternamente enjabonadas en alguna superficie cóncava.
Es que la Reina y su mirada te anidan el alma para observar y cerrar aquello que se abre de más. De vez en cuando te lo permite ver por una ventana, pero tiene que ser una ventana, que sólo cumpla la función de ventana: embellecer, iluminar y desear desde un lugar.
Sin embargo yo le estimo, el tiempo me ha obligado y tampoco lo quise distinto. Ella sólo quiso lo mejor de lo que consideró era lo peor, aquella irremediable confusión humana por la cual las personas se rozan, mojan y tiemblan, por lo cual titubean. Disculpe mi vocabulario, para la Reina soy ignorante, solo he leído trece libros en lo que va de mi vida y ya estoy grande. Pero bueno, usted me entiende, le hablo de la Reina, la conoce, la encarna.
Después de haber besado cada joya en cada dedo de cada mano y de reverenciar hasta los muebles, me retire de la casa de la Reina. Empecé a caminar y ¡gracias a Dios! que a respirar normal, de a poco me pude acentuar pues al fin la reina se comenzaba a minusculizar.
Al entrar a mi hogar, sí, le puedo decir que tengo un hogar, mostré mi incomodidad ante aquella majestad. Supongo soy pedante de mi incomodidad porque mucho me incomoda y me sugestiona. Quienes allí estaban rezongaban de lo desgastado de mis palabras. Sin embargo mantuve firme la decencia, pues de la Reina y su moral yo tampoco pude escapar, así que sin más me senté en silencio a observar.
De más acentuado mi hermano menor salió de su cuarto gritando. ¡¿Qué no entienden?! Nada más asfixiante que sufrir por sistemas que no encajan, mejor dicho, que no cuajan. Por ficciones que no se asemejan a nada de lo que pasa. Sus cuerpos repletos de deseos, el andar de su humanidad desbordada y paradójica que nada comprende de aquello que quiere.
Me resulto un tanto exagerado mi hermano menor totalmente enraizado. Pero bueno, es joven, adolescente específicamente, sabrá usted comprender.
Por mi parte a veces considero que existen no infinitas, pero varias burbujas insensibles que van por ahí flotando en el aire. Algún que otro afirma que están objetivamente encadenadas y que forman una circunferencia estática alrededor de nuestra indecencia. Para mí su objetivo sólo es flotar, lo que forman es accidental y de allí se desprende todo lo que hay. ¡Las burbujas de la Reina y su moral!, dirán por ahí, rígidas, universales y empoderadas. En fin, ya no sé a dónde iba con todo ésto y me tengo que ir trabajar, aún recuerdo le tengo que pagar dos sesiones más. Adiós doctor.
*La imagen de esta nota fue seleccionada por su autora, extraída de internet. Se trata de una pintura del autor José García Chibbaro (hace click sobre la imagen y podrás verla completa).